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Donald Hess: El secreto del éxito radica en una buena historia

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Donald Hess

Donald Hess

12/12/08
Fuente: El Cronista | Delfina Krüsemann

Donald Hess es uno de los bodegueros más importantes del mundo. Y dueño de los viñedos más altos del planeta, en su estancia salteña Colomé. Su pasión por el terruño, el desarrollo sustentable y el encanto único de cada uno de sus viñedos lo convirtieron en un lobo solitario, según se autodefine. Entrevista exclusiva a un hombre que encontró su mayor riqueza siendo fiel a sí mismo … ver abajo: Los fundamentos de la vitivinicultura biodinámica.

“Please, call me Donald”. Así se presenta Donald Hess: cálido, franco, sencillo. Sin embargo, referirse a él como simplemente Donald suena a herejía. Se trata de uno de los bodegueros de mayor prestigio del mundo, aunque él insista en que su empresa “todavía es pequeña comparada con las grandes marcas internacionales”. La compañía en cuestión es Hess Family Estates, productora y distribuidora de marcas líderes que provienen de los distinguidos valles de Napa, en California, y Barossa, en Australia, y también de otras zonas que no son precisamente estrella pero que, sin embargo, ya son sinónimo de delicada excelencia, como Glen Carlou Vineyards en Paarl, Sudáfrica, y la Estancia Colomé, en Salta.

La primera pregunta brota con vida propia, en busca de una piedra fundamental sobre la cual construir todo lo demás: ¿qué lo lleva a adquirir bodegas desperdigadas en los más disímiles rincones del planeta? “Muchos me preguntan porqué no compré distintos viñedos en Napa y ya, para ahorrarme el trabajo de viajar constantemente de uno a otro continente, y para ahorrarme también el dinero que significa tener presidentes y asesores en cada establecimiento. Pero están equivocados, porque amo viajar y tengo distintos viñedos precisamente para poder dedicarme a diferentes tipos de uva. En la Argentina, amo el malbec y el torrontés. Y no podría hacerlos mejor en ninguna otra parte del mundo”. Inmerso en países con una cultura y desarrollo vitivinícola ancestrales, como Francia, Italia, España o Alemania, aprehendió una valoración especial por aquellos vinos que “hablan” de su terruño particular, y convirtió el apoyo y el fomento de la diversidad de cada uno de sus viñedos premium en su máxima profesional. Definitivamente, es y será Mr. Hess. Pero, entonces, agrega que no tiene un único lugar en el mundo, porque considera que su hogar reside allí donde se encuentren su familia y sus amigos. “Sin embargo, extraño muchísimo a mi perro porque no puedo llevarlo de acá para allá”. Y vuelve a ser Donald.

Pasado y presente

Irradia vitalidad y, aunque reniegue de sus 72 años, transmite una energía arrolladora. El impecable traje azul y los modos propios de un hombre profundamente cultivado y cultivador no logran disfrazar su mirada, delatora de un espíritu libre y desafiante: el aura inherente a aquél que pone, por sobre todas las cosas, la fidelidad a sí mismo. De allí el leit motiv de la empresa: “Dedicada a la independencia y el progreso por generaciones”. Porque Hess es novena generación de una familia cervecera de origen alemán que luego siguió desarrollándose en Suiza cuando su bisabuelo, Johann Heinrich Hess, fundó The Hess Group en 1844, convirtiendo la marca en una de las más tradicionales del país. Su bisnieto heredó la empresa a la temprana edad de 20 años, en 1957, y para la década del ‘60 ya había introducido una nueva unidad de negocios: el agua mineral. Las diferencias entre el legado familiar y la vocación propia se hicieron cada vez más evidentes, hasta que en 1979 Donald finalmente se desprendió de la cervecería (más tarde haría lo mismo con el agua) y adquirió su primera bodega, con una superficie de 1.500 metros cuadrados en el californiano valle de Napa: “Cuando dejé la empresa, imaginé a todos mis antepasados revolviéndose en su tumba, así que volver a poner el nombre Hess en una etiqueta fue muy importante para mí. Pero tuve que seguir mi propio camino, hacerlo a mi manera.

Por ese entonces, me hice la misma pregunta que me sigo formulando frente a cada nueva oportunidad: ¿soy un hombre que mantiene las tradiciones o quiero ser innovador y asumir riesgos?”, cuenta con una convicción abrumadora.

En la actualidad, Hess es sinónimo de vinos de alta gama. Y algo más. “El secreto del éxito radica en una buena historia”, asegura, y estima que alrededor de un 60 % de las marcas mundiales ofrecen vinos premium, mientras que el 40 % restante se divide equitativamente entre “aceptables y no aceptables”. Sin duda, la competencia es fuerte. ¿Cómo diferenciarse dentro de esa enorme y vasta oferta? “No puedo decir que soy el mejor, nadie me creería porque no hay un mejor absoluto. La calidad es el boleto de entrada al mercado. Pero el segundo factor más importante, y que puede hacer la diferencia, es una buena historia”.

Precisamente, para que un vino pueda hablar de su terruño, debe expresar su historia, sugerir su leyenda… y potenciar su futuro. En esta perfecta amalgama de espacio y tiempo reside el toque mágico de Donald, su corazonada invencible, su visión audaz, que no sólo lo llevan a los lugares más remotos en el plano horizontal sino que ahora también apuesta a la conquista del vertical. A 3.002 metros de altura, es amo y señor de los viñedos más altos del mundo, donde brotan, orgullosas, 10 hectáreas de sauvignon blanc, pinot noir, malbec y merlot. ¿Dónde? Al norte de El Arenal, en la provincia de Salta. Sí, en la Argentina. Y, más específicamente, en la Estancia Colomé.

Un paseo por las nubes

Colomé es la perfecta amalgama de una historia centenaria y una proyección sin límites para la imaginación. Se trata de un enclave paradisíaco que se eleva por sobre las tierras arenosas y díscolas de los Valles Calchaquíes, a una altura de entre 2.200 y 3.002 metros sobre el nivel del mar. La estancia, que es la bodega más antigua de la Argentina, fue construida en 1831, probablemente por orden del entonces gobernador de la provincia, el español Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar. Miles de días abrasadores y noches de plata se sucedieron hasta que el bodeguero suizo compró la finca de 39 mil hectáreas, a mediados de 2001. Su estado era, por lo menos, desafiante: se encontraba aislada de la civilización –a cuatro horas del pueblo más cercano, por un camino de tierra incierto y hostil– y habitada por una población originaria de unos 400 descendientes de indígenas fustigados por el desempleo, la desnutrición y el alcoholismo. Algunos ni siquiera conocían el dinero, ya que trabajaban a cambio de especias. En la memoria de Donald todavía resuenan las palabras del intendente de Molinos: “No estoy seguro de si debo felicitarlo o darle mis condolencias: acaba de comprar el establecimiento más pobre de todo el territorio calchaquí. Aquí, los comerciantes le tienen prohibida la entrada a la gente de Colomé porque saben que no tienen dinero para comprar nada”. Apenas siete años después, el flamante dueño puede recordar el episodio con un dejo burlón. “Yo le agradecí la información, aunque confieso que esa noche no dormí muy bien. Pero siempre hay una solución para todos los problemas, sólo hay que encontrarla. Lo difícil, a veces, es dar con la mejor solución”. En el caso de los alcohólicos, por ejemplo, ésta consistió en asignarles el manejo de tractores de última generación: este trabajo es el mejor remunerado y, obviamente, para mantener el empleo, la sobriedad es requisito fundamental. Junto con el apoyo de sus familias, tres hombres ya están rehabilitados. El cambio para los habitantes de Colomé ha sido radical: además de la nueva infraestructura de punta para el negocio del vino, las inversiones –que entre 2002 y 2008 suman u$s 22 millones– contemplaron la construcción de una iglesia, un salón de reuniones con horno de adobe y baños, la instalación de un teléfono público, electricidad y agua corriente. No sólo los jóvenes dejaron de irse a otras ciudades a trabajar, sino que muchos que ya habían emigrado están regresando.

Es evidente que el final feliz llega luego de un arduo proceso. Incluso recursos tan básicos para un hombre de la talla de Donald Hess, como una conexión a Internet, se convirtieron en enormes escollos a superar en la soledad de la montaña.

¿Por qué Colomé, cuando podría haber elegido la más popular, cómoda y manejable Mendoza, por ejemplo?

En primer lugar, Mendoza sería para mí infinitamente más difícil porque, a pesar de su paisaje hermoso, soy un lobo solitario: nunca iría adonde ya hay otras 500 bodegas. Me gusta crear mi propia historia. Y, ¿qué puedo decir en Mendoza, si tengo de vecinos a Luigi Bosca, a Norton? Por eso, Colomé fue para mí el lugar perfecto, soñado. No podría vivir nunca en una ciudad con más de medio millón de personas. ¡Si acá puedo almorzar al aire libre todo el año!

De todas maneras, no hay tantos valientes de su edad que se dediquen a levantar prácticamente de las ruinas un punto tan remoto del planeta…

Soy un gran optimista. Siempre pienso que puedo lograr las cosas, aunque a veces calculo mal los tiempos. Tal vez, de haber sabido que me llevaría cuatro años poner la bodega a punto y no dos, como pensé al principio, no me habría animado. Por eso, pienso que la mía es una virtud: cuando algo se me mete en la cabeza, no paro hasta conseguirlo, me mantengo firme en mi camino una vez que he tomado la decisión y nadie puede sacarme de allí.

Hoy, en una superficie de 1.500 metros cuadrados, su bodega salteña posee vides de malbec, cabernet sauvignon, tannat, syrah, bonarda, tempranillo, petit verdot y torrontés. Y cuenta con una producción estimada de 500 mil litros de vino anuales, de los cuales el 70 % se exporta. Además, la estancia cuenta con un hotel cinco estrellas de nueve habitaciones, un restaurante orgánico para 50 personas, un cine, el Museo de Arte Contemporáneo James Turrel y un circuito de minigolf.

En esta hazaña, es más cierto que nunca aquello de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. “Mi esposa cumple un rol esencial. Como yo siempre subestimo las dificultades, a menudo es Úrsula quien corre atrás mío, atajando los pedazos que de otra manera se caerían”, revela con la picardía de un niño travieso. Pero esta es sólo una ilusión pasajera, porque Donald es un hombre auténtica y profundamente comprometido: “Tenemos que cambiar para mejorar el mundo, siempre. A mí me preocupa mucho el calentamiento global y el cambio climático, por eso promociono la agricultura biodinámica y sostenible. Ya les he comunicado a mis presidentes en todo el mundo que tienen cinco años para que todos nuestros viñedos sean orgánicos o, de lo contrario, estarán despedidos. El consumidor merece tener un vino sin agentes químicos y, si uno quiere ser un ser humano decente, debe tener valores y buscar el beneficio común y no sólo individual”, advierte.

¿Qué aprendizajes ha trasladado de la elaboración del vino a su vida personal?

Esta es una de las profesiones más antiguas, en la que uno aprende a ser humilde. En una fábrica se puede calibrar una máquina para que haga un determinado trabajo con un resultado calculado, previsible, pero en este caso trabajamos con la naturaleza, que tiene sus formas de trabajar y que el hombre no puede controlar. Necesitamos comprender que hay una fuerza que está más allá y que hace que todo ocurra. Y si el trabajo de ocho meses se pierde en una tormenta, hay que tomarlo con calma, sabiendo que uno no hizo nada mal. Y pensar en que el año próximo habrá una nueva oportunidad.

Presente y futuro

“Hay una gran parte de la humanidad que quiere que las cosas permanezcan de un determinado modo. En cambio, yo prefiero que todo fluya. Ahora, por ejemplo, hay viñedos en China y la India. ¡Y yo estoy feliz porque eso significa que tal vez degustemos nuevos y grandes vinos!”, se entusiasma. Pero hay otras realidades del mercado enológico actual de las cuales prefiere hablar con mayor precaución. Por ejemplo, en lo que concierne al cada vez más adoptado uso de latas para el vino. “Creo que tanto la cerveza como el vino deben guardarse en botella de vidrio y dejar el aluminio para otros usos, o tal vez ninguno, pensando en el medio ambiente”, precisa. Tampoco se siente cómodo con el creciente recurso de asociar celebridades a los vinos, como estrategia de marketing: “He conocido pocas celebridades que me caigan bien. Me siento mucho más cómodo almorzando con un trabajador de mis viñedos que con el presidente de un país. Siento más respeto por él, salvo escasas excepciones… El trabajador es honesto, puedo tener un encuentro verdadero, realmente vamos a comunicarnos y voy a saber cómo piensa una vez que hayamos terminado de comer. Eso no me pasa con la gente famosa”, argumenta. Y, aunque Colomé Estate 2006 haya sido posicionado en el número 38 entre los mejores 100 vinos del mundo, según la publicación Wine Spectator –siendo, de las dos bodegas argentinas seleccionadas, la que ocupa el puesto más alto en el ránking–, tampoco da su consentimiento a los críticos. “Creo que las opiniones de los llamados especialistas son necesarias para la gente que no confía en su propio paladar.

Hay dos pontífices en los Estados Unidos: la revista Wine Spectator y el periodista Robert Parker. Ambos piensan que saben exactamente qué es lo que le gusta a los miles de millones de personas en todo el mundo. ¡Es totalmente ridículo! ¡No hay un vino que sea el mejor unánimemente! No tengo problema con que un crítico describa un vino y lo relacione a una determinada ocasión, pero el tema del puntaje no está bien. Yo les digo a los consumidores que escuchen a su paladar, que sean fieles a su personalidad”.

¿Considera que hay riesgos de estandarización del vino, dado que los mismos flying winemakers orientan a bodegas de distintos lugares del mundo?

Sí, es una posibilidad, pero ojalá no suceda eso, como ha pasado un poco con la cerveza, al tener unas pocas marcas globales que acaparan casi todo el mercado. ¿Quién querría que su opción se limitara a unas pocas marcas? Lo maravilloso del vino es que, si voy a un pequeño pueblo de Francia, puedo preguntar quién hace el mejor vino en la aldea y más de uno va a levantar la mano. ¡Esa es la verdadera historia del vino! No hay uno sólo que sea el mejor. Esa es la esencia del vino. Y es exactamente lo contrario a Wine Spectator y Parker.

Fiel a la esencia del vino y a la suya propia, Donald Hess pide ser simplemente Donald, aunque en verdad haya poco de simpleza y mucho de esfuerzo, optimismo y convicción. Así las cosas, ¿cuándo toma vacaciones? “Por favor, ¡no le hagas esa pregunta a mi esposa!”, bromea. Y luego se sincera: “Amo lo que hago y por eso es difícil detenerme, aunque con los años he tratado de desacelerarme. Pero soy un hombre apasionado”, concluye, como queriendo excusarse. No es necesario: ¿quién querría vacaciones si estuviese en sus zapatos? La vida de este lobo solitario ha sido una búsqueda de lo intangible. Y, transitando ese camino, lo encontró todo.

http://www.cronista.com/notas/168587-el-secreto-del-exito-radica-una-buena-historia

Los fundamentos de la vitivinicultura biodinámica

Sobre la premisa de que la agricultura es esencial en la vida del hombre ya que lo ayuda a establecer una relación con la naturaleza, los alimentos y la economía, y que todo campo del desarrollo humano se encuentra directa o indirectamente relacionado con la agricultura, el investigador Rudolf Steiner (1861-1925) creó la antroposofía, que puede entenderse como “la sabiduría del ser humano”. De ésta derivan sugerencias para la renovación de muchas actividades, desde la economía y la ciencia hasta la arquitectura, la religión y el arte. En el ámbito de la agricultura, Steiner propuso como objetivo conocer y controlar los ciclos biológicos a través del uso eficiente de los recursos de cada ecosistema agrícola local y de los nutrientes disponibles.

Por eso, una de las premisas básicas es que todos esos recursos, especialmente fertilizantes y forraje, deben obtenerse de las propias tierras para combinar en armonía lo nuevo (en cuanto a la utilización de técnicas y maquinaria de avanzada) con lo antiguo (recuperando el plasma germinal, las técnicas y los conocimientos desarrollados por el hombre indígena, natural y ecológico por definición). Donald Hess apoya y alienta estas prácticas en todas sus bodegas para contribuir con el cuidado del medio ambiente y lograr vinos orgánicos, sin agregados químicos y de la mejor calidad.



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